Pasó 16 días entubado en una cama UCI, víctima de la Covid-19. Fue la experiencia más dramática y difícil de su vida; al final venció y puede contar su terrible experiencia. Este es el testimonio vívido de Julio Iván Pisúa Gonzales, el periodista que regresó de la muerte.
El primer síntoma apareció después de la Navidad. El lunes 28 de diciembre desperté con una fuerte indigestión e inapetencia. La situación parecía controlada con infusiones, pero en la noche comencé a toser en forma inusual y me preocupé. Al día siguiente, en la tarde, me hice la prueba molecular para descartar la Covid-19. Los resultados estaban en 36 horas.
Ese mismo día había sentido una mejoría y pensé que quizá no debía preocuparme. Compré un oxímetro y verifiqué que mi nivel de oxigenación estaba entre 96 y 97. Eso me alentó. Posteriormente comprobé que es engañoso confiar solo en este indicador para descartar una enfermedad de la que se sabe poco y es tan cruel.
El miércoles 30 de diciembre se me presentó un dilema. Yo había programado un viaje por fin de año y me sentía mejor. Pero aún tenía que recoger los resultados de la prueba molecular. Opté por viajar y eso fue un error. Lo peor que alguien puede hacer es darle tiempo a la Covid-19. Estoy seguro de que si no hubiera viajado le hubiera evitado sufrimiento a mi familia y a mí mismo.

Retorné a Lima el 3 de enero y al día siguiente recogí los resultados: positivo para Covid-19. Por consejo de un familiar acudí a Emergencia de un Policlínico del Seguro Social de Salud.
Había pasado una semana desde que sentí los primeros síntomas. Encontré una fila de unas 30 personas esperando. Un enfermero hablaba con cada uno y lo evaluaba. Le mostré el resultado de mi prueba molecular. Se sorprendió. Al rato regresó y me dijo:
- Señor, usted se queda internado. No le puedo decir por cuánto tiempo, pero se queda.
Yo acepté. Pero me impresionó que entonces la diferencia entre recibir atención o no dependía de haberse hecho la prueba molecular. Pensé en las decenas de personas que esperaban afuera y que quizá también tenían Covid-19 y necesitaban ayuda. Lo lógico era que a todos ellos el sistema les hiciera una prueba molecular y no se limitara a derivarlos a una carpa para hacerles un examen superficial.
Fui internado en una sala de observación. Empezaron a suministrarme oxígeno, antibióticos y anticoagulante. Estaba consciente y cooperaba. Creí que todo era cuestión de unos días. Los médicos me decían que mis indicadores eran positivos.
Me llevaron en camilla a la UCI y lo último que recuerdo es el pinchazo de una inyección en el brazo. Después, nada. Permanecí sedado durante dieciséis días.
Al cuarto día ingresó a la sala una adulta mayor en estado consciente. Le aplicaron el mismo tratamiento que a todos. Al día siguiente, un médico se acercó a su camilla y le dijo:
- Señora, la felicito, todo ha salido bien. Se va usted de alta.
Me sorprendí gratamente. Casi me convencí de que todo se solucionaría rápido.
Al cumplir una semana internado me pusieron para recibir oxígeno una máscara de alto flujo que causaba una intensa sensación de claustrofobia. Cooperé. Dentro de todo me sentía mejor. A media tarde dos médicos pidieron hablar conmigo. Pensé que eran buenas noticias y que me iban a preparar para una próxima alta.
Los médicos explicaron que mi estado se había deteriorado y que una alternativa era que yo reciba ventilación mecánica mientras ellos combatían la enfermedad. Les repliqué que durante una semana ellos me habían dicho que tenía una buena saturación de oxígeno.
- Tienes buenos indicadores porque recibes oxígeno. Pero se trata de que respires por tus propios medios. La enfermedad ha avanzado en tus pulmones, me dijeron.
Entonces no dudé, les dije que confiaba en ellos y los autoricé a trasladarme a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). “Si ocurre algo distinto a lo que queremos, será porque Dios así lo ha dispuesto. Vamos”, pensé.
Me llevaron en camilla a la UCI y lo último que recuerdo es el pinchazo de una inyección en el brazo. Después, nada. Permanecí sedado durante dieciséis días.

He reconstruido lo que pasó en ese período con los reportes médicos: fui inducido a coma y me colocaron boca abajo con el ventilador mecánico, recibí medicinas mediante un catéter, durante diez días me administraron potentes antibióticos.
Al quinto día los médicos intentaron cambiarme de posición, pero la respuesta fue negativa y me dejaron boca abajo. Al noveno lo intentaron otra vez y respondí positivamente, pero aún estaba con ventilación mecánica. Entonces empezaron a retirarme progresivamente el soporte mecánico. El día 27 de enero desperté reclinado en una camilla y así permanecí una semana más en la UCI.
Se ha dicho que esta enfermedad se enfrenta en soledad y es cierto. Si el paciente está despierto apenas puede comunicarse con los médicos, enfermeras, técnicos o terapeutas que están con trajes aislantes, escafandras y mascarillas para no infectarse.
Tenía los brazos sujetos a la camilla, me alimentaban y medicaban por vía intravenosa y dependía absolutamente de enfermeras y auxiliares. Al punto de que incluso me bañaban sin moverme de la camilla.
Al comienzo no tuve conciencia plena de haber estado conectado a una máquina. Tenía recuerdos que confundían hechos reales con fantasías. Imaginé haber hablado con mi hija que por esos días cumplió 15 años. Esta desorientación persistió hasta poco antes de ser dado de alta.
Los médicos me exhortaban a toser con fuerza para expulsar los fluidos. Una enfermera me introducía una sonda por la boca y los aspiraba si era necesario. Mejoré y debo agradecer a las terapeutas que me ayudaron con mucha paciencia.
Tenía los brazos sujetos a la camilla, me alimentaban y medicaban por vía intravenosa y dependía absolutamente de enfermeras y auxiliares. Al punto de que incluso me bañaban sin moverme de la camilla.
Al cabo de una semana estaba listo para dejar la UCI. Una prueba molecular arrojó que yo no tenía el virus. Fui trasladado a una UCI para pacientes que no tenían Covid-19. Había vencido al fatídico virus.
Entonces comenzó la recuperación. Lo más dramático es que tuve que volver a aprender a ingerir líquidos y alimentos sólidos. El primer sorbo de agua, después de tantos días, me causó dolor. Fue intenso, pero breve. Por haber estado sedado por tanto tiempo, mis músculos estaban débiles y no podía deglutir. Progresivamente pude empezar a alimentarme por mis propios medios.
Igualmente, tuve que fortalecer mis extremidades inferiores para caminar otra vez luego haber pasado más de un mes postrado en una camilla. Las molestias con las articulaciones de las extremidades tardan en desaparecer.
Otra secuela de la enfermedad es una taquicardia que, según los médicos, es consecuencia de las alteraciones que el Covid 19 causa a nuestro metabolismo. También empecé un tratamiento.
El martes 16 de febrero, 42 días después de haber sido hospitalizado, salí de alta. Caminando y agradecido por volver a la vida.
Dios me dio una nueva oportunidad en la vida y mi deuda es eterna con los médicos, enfermeras, técnicos, terapeutas y trabajadores de Essalud que me ayudaron a superar la Covid-19.
A mi familia y amigos por su preocupación y oraciones. Pero también quiero recordar a todos los pacientes con los que compartí esos días difíciles, a los que se fueron y a los que siguen luchando. Mi admiración por la entereza y dignidad con la que enfrentaban a la muerte. Ellos permanecen indelebles en mi memoria.