El sector “progre” que maneja gran parte del aparato estatal mostró toda sus falencias y su incapacidad en la lucha contra la pandemia. Puro bluf, mucha pizarra y falta de calle.
Algo es seguro en función de una evaluación integral de la calidad de los parlamentos peruanos en los últimos treinta años: cada vez es peor.
Sorprende que lejos de mostrar propósito de enmienda, la señora Gloria Montenegro pretenda justificar ciertos contratos absolutamente inapropiados con argumentos calumniosos.
Existe una situación altamente peligrosa, un panorama que obliga a realizar cambios radicales en la estrategia de lucha contra la pandemia, partiendo de un sinceramiento del discurso oficial.
Mantener la cuarentena hasta finales de junio era lo más aconsejable. La realidad diaria dice que no. La orden ha quedado solo como una amalgama de letras publicadas en el decreto supremo.
A grandes problemas, grandes soluciones. Y no diga, Sr. Vizcarra, que solo es víctima de críticas arteras. Aquí hay una “propuesta artera”. Otra cosa es que no sepa escuchar.
Los abusos en los precios de los medicamentos pueden ser frenados por el gobierno. Que los funcionarios de los organismos supervisores se pongan a silbar mirando hacia otro lado, es otra cosa.
O el presidente de la República padece de una miopía avanzada o sus asesores lo están engañando como a un inocente párvulo.
El sentido común dice que un médico salvado puede salvar decenas de vidas. Ningunear a quienes forman parte de la primera línea de combate no es nada estratégico ni inteligente.
Si nos hubiéramos confinado desde el primer momento, no tendríamos que soportar más cuarentenas, cincuentenas o sesentenas y estaríamos respirando el aire de la victoria contra el COVID-19.
El peligro de contagio está latente en toda su dimensión, pese a lo que sostiene la versión oficial triunfalista. Cada uno de los peruanos tendrán que cuidarse por su cuenta y riesgo.
El gobierno de Vizcarra decretó la cuarentena a tiempo, pero allí quedó la cosa. Lo que hizo con una mano lo borró con la otra. Lo que siguió en la estrategia anti COVID-19 fue una sucesión de yerros.
Mientras la denuncia sobre sus presuntos vínculos con "Los Intocables ediles” no se aclare, la imagen del nuevo ministro del Interior estará ensombrecida.
Mientras el gobierno base gran parte de su estrategia en un instrumento que arroja tantas dudas, el final de esta pandemia en el país sería lejano.
Es evidente que en esta crisis sanitaria mundial los cálculos políticos predominaron en los gobiernos de China y EE.UU.
No solo la ley de AFP debe ser reformado en el Perú, sino también el sistema de salud privado que se ha convertido en un verdadero asalto a mano armada.
El virus no es obra del patriarcado, no es machista o feminista. Únicamente llega a destruir lo más valioso del ser humano: la vida. Pero, a los pensantes palaciegos, se les olvidó ese pequeño detalle.
Si desfalcar al país en tiempos de bonanza es, por sí, un acto condenable, robarle en tiempo de desastre, en tiempos donde millones sufren, es una canallada.
Maquillar la realidad en estas circunstancias tan difíciles es jugar con fósforo en una habitación repleta de pólvora.
En el sector público hay sueldos que superan los 40 mil soles. Sería bueno que el presidente Vizcarra exija una reducción sustancial de las remuneraciones astronómicas de la burocracia dorada y reduzca las incontables consultorías muchas veces inservibles.
El caso Solano es solo un botón de muestra de una sociedad carente de valores y afligida por diversos factores como la corrupción endémica.
La Columna de Víctor Tipe Sanchez
La columna del director